Unos
la llamarán don; otros en cambio le darán el nombre de maldición. La ambición
es esa fuerza, la cual habita hasta en los corazones de todos los hombres.
Desde el más humilde, bueno o vergonzoso si se prefiere; llegando incluso a
habitar en los corazones de los hombres más ruines, mezquinos carentes de los
más grandes y nobles escrúpulos.
Como
bien dije antes, la ambición es una fuerza; o al menos yo mismo la percibo como
tal. Y ustedes tal vez se preguntarán por qué digo que es una fuerza y no otra
cosa cualquiera. Pues bien; es una fuerza porque nos impulsa a conseguir todo
aquel objetivo o meta que nos propongamos.
Pero, claro está; esto sólo funciona
si el sujeto en cuestión pone todo de su
parte con gran tesón y ahínco. SI sumamos a estos dos elementos la fuerza de la
razón y la unimos con la fuerza de la ambición. Pueden conducir a un hombre a
alcanzar la gloria; si se lo propone y desde luego a destacar de entre sus semejantes.
Pero llegados a este punto, no quiero decir que ese hombre deba humillar al
resto. No, nada de eso.
EL Sr. Burns podría ser el ejemplo al que me estoy refiriendo |
En
cambio, por el contrario; si la ambición se rodea de amigos como la envidia, ignorancia,
arrogancia y otros de similar clase, incluso con el orgullo.
Forman una
peligrosa combinación. Y esta mezcolanza puede resultar peligrosa en sumo frado
para cualquier mortal. Aunque inicialmente puede parecer ser inofensiva en el
ámbito de las relaciones humanas.
Mezclar
la ambición con la envidia, ignorancia, arrogancia y orgullo puede conducir al
ser humano en cuestión minusvalore a todo aquel que tenga a su alrededor.
Incluso si se tratara de un hombre violento, bien por naturaleza o porque halla
sido producto del ámbito social en el que se ha criado, podría perder el
control de sus actos, llegando con esto a la posibilidad de agredir a sus
semejantes.
Por
eso, desde estas líneas, que han sido fruto de una reflexión profunda sobre las
emociones humanas y sus repercusiones en la vida social, nacidas desde las
profundidades de mi corazón. Invito a todo aquel que las quiera leer a que no
las interprete como un vulgar juego de palabras o como una broma. Sino que
reflexiones muy seriamente sobre lo que aquí he tratado de poner en cuestión, el
hecho de dejarse llevar por las pasiones humanas en el ámbito social.
Y
sólo desde la reflexión sobre las emociones, y las posibles repercusiones que
puedan tener algunas de ellas en nuestras vidas, podrá alcanzar una serenidad
interior que le ayudará en su día a día a conseguir el éxito en todas las facetas
de la vida, o incluso seguir evolucionando en su largo camino de la
racionalidad y el equilibrio personal.
Creo
que debemos, como sociedad humana, recuperar el ritmo racional de nuestras
vidas lo antes posible. No debemos permitir que el mezquino materialismo continúe haciendo mella en nuestras vidas y nos separe los unos de los otros.
Aunque
no deseo con esto, ponerme en plan, persona que defiende las costumbres y
tradiciones a capa y espada, no nada más lejos de la realidad.
Simplemente
deseo advertir a todo aquel que desee escucharme que el materialismo tiene sus facetas
negativas, y que a veces son dañinas para nuestras relaciones sociales.
Estas
deben ser identificadas, analizadas y en consecuencia tenidas en cuenta a la
hora de elaborar juicios de valor posteriores que resulten útiles, y que no
terminen por convertirse en prejuicios carentes del más mínimo fundamento.
No
estoy tampoco diciendo que debamos volver a una época en la que no haya
adelantos tecnológicos y formas de hacer más fáciles nuestras vidas. ¡NO!
Simplemente
pongo por escrito que está en nuestras manos utilizar sabiamente y con
raciocinio y supongo que también buen corazón todo adelanto que el ser humano
nos dispense para hacer de nuestra vida una existencia más dichosa y menos dura.
Estas
líneas han sido escritas con unos pocos años encima; a la edad de 27 años;
porque pienso que tal vez sean reflexiones que se deban poner por escrito para
conservarlas y así puedan resistir el inexorable e implacable transcurso del
tiempo.
Mi intención es, por
tanto, concienciar al que lo estime oportuno o necesite, o simplemente
aleccionar, si se me permite hacerlo.
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