lunes, 4 de marzo de 2013

La Ambición



Unos la llamarán don; otros en cambio le darán el nombre de maldición. La ambición es esa fuerza, la cual habita hasta en los corazones de todos los hombres. Desde el más humilde, bueno o vergonzoso si se prefiere; llegando incluso a habitar en los corazones de los hombres más ruines, mezquinos carentes de los más grandes y nobles escrúpulos.



Como bien dije antes, la ambición es una fuerza; o al menos yo mismo la percibo como tal. Y ustedes tal vez se preguntarán por qué digo que es una fuerza y no otra cosa cualquiera. Pues bien; es una fuerza porque nos impulsa a conseguir todo aquel objetivo o meta que nos propongamos. 




Pero, claro está; esto sólo funciona si el sujeto en cuestión  pone todo de su parte con gran tesón y ahínco. SI sumamos a estos dos elementos la fuerza de la razón y la unimos con la fuerza de la ambición. Pueden conducir a un hombre a alcanzar la gloria; si se lo propone y desde luego a destacar de entre sus semejantes. Pero llegados a este punto, no quiero decir que ese hombre deba humillar al resto. No, nada de eso.



EL Sr. Burns podría ser
el ejemplo al que
me estoy refiriendo
En cambio, por el contrario; si la ambición se rodea de amigos como la envidia, ignorancia, arrogancia y otros de similar clase, incluso con el orgullo.




 Forman una peligrosa combinación. Y esta mezcolanza puede resultar peligrosa en sumo frado para cualquier mortal. Aunque inicialmente puede parecer ser inofensiva en el ámbito de las relaciones humanas.




Mezclar la ambición con la envidia, ignorancia, arrogancia y orgullo puede conducir al ser humano en cuestión minusvalore a todo aquel que tenga a su alrededor. Incluso si se tratara de un hombre violento, bien por naturaleza o porque halla sido producto del ámbito social en el que se ha criado, podría perder el control de sus actos, llegando con esto a la posibilidad de agredir a sus semejantes.


Por eso, desde estas líneas, que han sido fruto de una reflexión profunda sobre las emociones humanas y sus repercusiones en la vida social, nacidas desde las profundidades de mi corazón. Invito a todo aquel que las quiera leer a que no las interprete como un vulgar juego de palabras o como una broma. Sino que reflexiones muy seriamente sobre lo que aquí he tratado de poner en cuestión, el hecho de dejarse llevar por las pasiones humanas en el ámbito social.


Y sólo desde la reflexión sobre las emociones, y las posibles repercusiones que puedan tener algunas de ellas en nuestras vidas, podrá alcanzar una serenidad interior que le ayudará en su día a día a conseguir el éxito en todas las facetas de la vida, o incluso seguir evolucionando en su largo camino de la racionalidad y el equilibrio personal.


Creo que debemos, como sociedad humana, recuperar el ritmo racional de nuestras vidas lo antes posible. No debemos permitir que el mezquino materialismo continúe haciendo mella en nuestras vidas y nos separe los unos de los otros.


Aunque no deseo con esto, ponerme en plan, persona que defiende las costumbres y tradiciones a capa y espada, no nada más lejos de la realidad. 



Simplemente deseo advertir a todo aquel que desee escucharme que el materialismo tiene sus facetas negativas, y que a veces son dañinas para nuestras relaciones sociales.


 Estas deben ser identificadas, analizadas y en consecuencia tenidas en cuenta a la hora de elaborar juicios de valor posteriores que resulten útiles, y que no terminen por convertirse en prejuicios carentes del más mínimo  fundamento.


No estoy tampoco diciendo que debamos volver a una época en la que no haya adelantos tecnológicos y formas de hacer más fáciles nuestras vidas. ¡NO!


Simplemente pongo por escrito que está en nuestras manos utilizar sabiamente y con raciocinio y supongo que también buen corazón todo adelanto que el ser humano nos dispense para hacer de nuestra vida una existencia más dichosa y menos dura.


Estas líneas han sido escritas con unos pocos años encima; a la edad de 27 años; porque pienso que tal vez sean reflexiones que se deban poner por escrito para conservarlas y así puedan resistir el inexorable e implacable transcurso del tiempo.

Mi intención es, por tanto, concienciar al que lo estime oportuno o necesite, o simplemente aleccionar, si se me permite hacerlo.

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